BIRULA

01

La única regla para rodar en bicicleta es que no hay reglas. Muchos o todos querrán poner su dedo índice para decir, las reglas son éstas o éstas. Pueden bien tomar ese dedo índice e introducirlo donde mejor les plazca. La bicicleta es de una ambivalencia que la caracteriza. Sin lugar a dudas, es un transporte libre. Libre como cuando se era un niño y se descubría una interdependencia aparte, de caminar o correr. El viento en la cara, las bajadas pronunciadas, el riesgo y peligro. Las expediciones con camaradas aventureros pequeñitos y sin ningún permiso. Estaba mal hacerlo, no avisarle a nadie y no nos importaba. Ibamos al encuentro de una experiencia, de una vivencia de risas para gritar que estábamos vivos. No tiene reglas porque el mundo está infestado de ellas, porque los jóvenes reclaman más y más reglas a sus padres que les enseñaron con planes y esquemas a moverse entre la jungla de concreto, quieren que les ordenen qué es el bien vivir porque han visto todo tan retorcido y todo tan mentiroso. La bicicleta es un objeto tan hermoso, por su indeterminación, que desde luego muchos quieren apropiárselo y decir esto es así y así, esto debería ser así o así. La bicicleta, el velocípedo, es un transporte, es una oda. Una ida y vuelta hacia los lugares recónditos del nunca así, de ese modo. Sobra decir que, cada vez es cada vez. 

02

Este escrito llevo años posponiéndolo. Entre por recopilar sustancia, entre por no intentar dar ese relato parcial, emotivo y de mi sujeción a  ese instrumento. Sino para poder ser otros a través de ese instrumento. La otra noche, pasada la media noche, he ido infinidad de veces en la noche con ese caballo; un loco, un trastornado por el alcohol, a contracorriente del sentido de la calle, semi desnudo sucio y desarrapado gritaba. Al verme gritó: ¡qué viva la birula, qué viva!!! ¡Compatriota del universo! Así es como decidí no retrasar más esta larga carta. 

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36

¿Que si me gustaría comprarme una motocicleta? Claro que sí, si soy igual de imbécil que cualquiera. Me gusta el vértigo, la velocidad, la audacia, la intrepidez, la emoción excitante de la adrenalina. El trance de las luces en la noche. Los veo pasar por mi lado en fuga. Eso sí, cuando hay tráfico ellos se atoran, la angostura de la bicicleta pasa por todos lados. Los peatones me hacen jeta o los carros tocan sus claxons cuando me paso el semáforo y yo grito a todo pulmón, méxico, viva méxico cabrones. Arriero soy y en el camino andamos. La altura de la bicicleta me hace ver a los carros como mi ganado, unas manadas de vacas. Y yo grito por las noches mientras huyo iiiiiiiiiaaaaaaa. La motocicleta es una promesa de vértigo, se matan, y yo no tengo problema con que se quieran morir, eh. Mi único problema con que se maten es que salpican. Digo, todos de una un otra forma nos deseamos morir, no tengo inconveniente con que así sea, solo no salpiquen. Imaginen vienes a la tierra una vez en la eternidad insondable y te conviertes en una mancha de sangre sobre el asfalto. La analogía directa de la moto y la bicicleta, es la fábula de la liebre y la tortuga.